
No, no es que no quiera cambiar.
No es que no sepa lo que me hace daño.
No es que esté eligiendo rendirme.
Es que hay un cansancio en mí que no se quita con dormir.
Es un agotamiento que no es del cuerpo… sino del alma.
A veces escucho esa voz que me dice: “¡Vamos! ¡Hazlo! ¡Ya deberías haber aprendido!”
Y me siento culpable por no lograrlo aún.
Pero lo que nadie ve y a veces ni yo misma alcanzo a ver es que no se trata de pereza. Se trata de saturación emocional.
Porque cuando has sostenido tanto por dentro, durante tanto tiempo, cuando has sobrevivido a base de control, de silencio, de aguantar… cuando nunca hubo un verdadero espacio para descansar emocionalmente, entonces cada intento de cambio se vuelve otra exigencia más. Otro “deberías”. Otra carga.
Y claro que quiero cuidarme.
Claro que quiero dejar el azúcar en paz.
Pero antes de poder elegir algo distinto, necesito reconocer algo esencial: mi sistema emocional está exhausto. Y un sistema agotado no necesita más presión, necesita descanso, ternura y presencia real.
No voy a sanar a través de la fuerza.
No voy a sanar si me trato como enemiga.
Mi cuerpo no es flojo. Mi alma no es débil.
Solo están cansados de pelear.
De pelear contra el hambre emocional, contra la culpa, contra las voces internas que solo saben mandar, exigir, juzgar.
Así que hoy, si no logré comer “perfecto”, si volví a buscar refugio en lo dulce, no me voy a gritar por dentro.
Voy a detenerme y decirme:
“Tal vez necesitas un descanso más profundo que una dieta. Tal vez necesitas contención, no control.”
Y sí. El cambio vendrá, pero no será por castigo.
Será porque, poco a poco, aprenderé a elegir desde el amor y no desde el agotamiento.
Con cariño
Graciela Hernández – Psicóloga
Deja un comentario