La dulzura que no me dieron

Y cómo el cuerpo aprendió a buscarla donde pudo.

No siempre busqué el azúcar por hambre, a veces lo hacía porque necesitaba ternura, porque mi cuerpo pedía suavidad. Porque había una parte de mí que no quería otra cosa más que sentirse querida… aunque fuera por unos segundos.

Desde niña entendí que no siempre iba a recibir dulzura del mundo, a veces no había abrazos.
A veces no había palabras suaves, ni tiempo, ni alguien que pudiera ver mi cansancio o mis lágrimas silenciosas. Había que seguir, portarse bien, no molestar, no hacer tanto drama.

Y entonces algo se grabó en mi sistema: lo dulce calma, lo dulce consuela, aunque sea por un instante.
Aunque después venga la culpa. Aunque duela el estómago. Aunque una parte sepa que eso no es lo que realmente necesito.

Porque lo que necesitaba no se compra.
Es presencia, es sostén, es alguien que diga: “te veo, aquí estoy, no tienes que cargar todo sola.”

Como eso no siempre estuvo disponible, mi cuerpo hizo lo que pudo: aprendí a buscar dulzura donde pudiera. Y la encontré en el chocolate, en el pan, en esa sensación de alivio inmediato que me hacía creer que todo estaba bien… aunque no lo estuviera.

Hoy entiendo algo distinto no fue debilidad, no fue un error, fue una forma de sobrevivir.

Y aunque me honro por eso, también reconozco que esa versión de mí ya está cansada.
Que la dulzura que busco no está en los alimentos, sino en los vínculos.
En mi vínculo conmigo, en la forma en la que me hablo, me miro, me abrazo.

Hoy no quiero seguir llenando vacíos con azúcar, quiero aprender a llenarlos con verdad.
Con pausas, con ternura real, con brazos, aunque sean los míos, con frases suaves, aunque salgan de mi boca frente al espejo.

Quiero ofrecerme la dulzura que no me dieron, no como reproche al pasado, sino como un acto de amor hacia mí hoy. Porque merezco ese tipo de amor y porque, aunque mi cuerpo aprendió a buscar alivio afuera… hoy empiezo a mostrarle que puede encontrarlo adentro.

Desde el alma

Graciela Hernández – Psicóloga